El marco teórico y conceptual que sustenta nuestra práctica se sitúa en el campo de la salud mental colectiva que subraya el necesario abordaje interdisciplinario entre diferentes saberes, pensándolos en complementariedad y fomentando el diálogo entre ellos de forma horizontal. No se trata de rechazar el saber biomédico, sino su monopolio sobre el campo de la salud mental. El sufrimiento mental es un fenómeno complejo y de múltiples causas que requiere una aproximación, también, compleja. Esta aproximación necesariamente convoca distintas disciplinas, sectores y contextos. La salud no es sólo territorio de la medicina como tradicionalmente se ha pensado sino que interpela a multitud de saberes, incluidos los saberes de la experiencia propia.
Pensamos en la salud mental desde fuera de una perspectiva biomédica y nos situamos en un espacio social comunitario, entendido como productor de nuevos sentidos para las personas con sufrimiento mental, personas con diagnóstico, personas sujetas a la locura,… La semántica que acompaña a la noción de enfermedad mental provoca un gran peso estigmatizante que socialmente conduce al rechazo y aislamiento de este colectivo. Combatirla requiere poder construir nuevos sentidos y significados por el sufrimiento psíquico. Pensamos que el terreno de la cultura, el arte y el contacto social es central en esto.
Es a partir de las prácticas que surjan de estos contextos colectivos y comunitarios que se abre la posibilidad de que la propia persona elabore una nueva narrativa sobre sí misma que, alejándola de la identidad patologizada, la sitúe en un sitio diferente, desenfermando su identidad.
Las causas de los trastornos o sufrimientos mentales no son sólo orgánicas o individuales. Existe una desigual distribución del sufrimiento y una responsabilidad social y estructural que incide en la fabricación de sufrimientos y enfermedades evitables que exigen abordajes también sociales y no sólo individuales.
Una de las consecuencias del sufrimiento mental es la ruptura del lazo social y la pérdida de vínculos. El trabajo comunitario puede favorecer su reconstrucción, sosteniendo su fragilidad en un contexto acogedor y respetuoso hacia la diferencia. El espacio colectivo es, además, un lugar donde el grupo puede cuidar a cada miembro, lo que favorece la recuperación de vínculos y la posterior participación social en la comunidad, en su sentido más amplio. La habilitación de espacios en salud es uno de los propósitos de Aixec, así como la apertura simbólica de lo que significa el sufrimiento y la articulación de nuevas soluciones colectivas para gestionarlo.
Para que sea posible la construcción de estos nuevos sentidos y significados que proponemos, apostamos por planteamientos desjerarquizados, horizontales y abiertos a la reciprocidad de la mutua transformación. Como decíamos, la salud colectiva es ante todo un posicionamiento interdisciplinario plural que convoca al diálogo entre diferentes personas y perspectivas.
Consecuentemente, pensar el trabajo en salud mental colectiva implica que las propias profesionales debemos situarnos en un sitio diferente y sostener esta posición de horizontalidad que permita cuestionar y dudar de la propia praxis, evitando así caer en posiciones de producción y reproducción de prácticas de dominación. Se trata de que las etiquetas diagnósticas queden en vilo, fuera del espacio colectivo. Esto no significa que se niegue la existencia del diagnóstico como tal, pero sí se rechaza abiertamente que éste constituya la identidad de la persona con sufrimiento psíquico, al tiempo que se reivindica que cada persona sea el eje y la protagonista del su propio proceso de transformación vital.
Aixec es en este sentido un espacio que da cabida a las diferentes maneras que cada persona tiene de nombrar y de vivir su relación con el sufrimiento mental.